TEMA: La Búsqueda de la Libertad
ARGUMENTO:Era un caballo, que quería correr en público para ganar lo suficiente para vivir.
Entonces, corrió todos los domingos y le pagaban con un puñado de pasto.
Más tarde su velocidad fue disminuyendo, porque sentía la presión del éxito y no volvió a correr como antes por miedo de cansarse.
jueves, 31 de marzo de 2016
18- TEMA Y ARGUMENTO
TEMA: El tema solo tiene en cuenta la idea o motivo príncipal de la obra. Es un tema Universal y abstracto.
ARGUMENTO: Es el conjunto de datos que constituye el resúmen de la Historia.
No debe de abarcar más de 5 renglones.
TIPOS DE TÍTULO: -Epónimo.
-Emblemático.
- Simbólico.
EPÓNIMO: Un título es "Epónimo" cuando nombra al personaje central o nos dá alguna característica física o su profesión.
EJEMPLOS: "La Rezadora", "EL Hombre Pálido", "Rodríguez", "El Potro Salvaje"
EMBLEMÁTICO: Este tipo de títulos aluden al argumento del cuento y me adelantan sucesos o hechos que ocurrirán.
EJEMPLOS: "A La Deriva", "Destino Final", "El Niño del SuperMercado", "Vidas Cruzadas".
SIMBÓLICO: Son títulos en donde aparecen elementos simbólicos o metafóricos que se repiten en la obra y que llegan a ser un símbolo.
EJEMPLOS: "El Espejo", "Patendo Lunas", "La Gallina Degollada", "El Almohadón de Plumas".
ARGUMENTO: Es el conjunto de datos que constituye el resúmen de la Historia.
No debe de abarcar más de 5 renglones.
TIPOS DE TÍTULO: -Epónimo.
-Emblemático.
- Simbólico.
EPÓNIMO: Un título es "Epónimo" cuando nombra al personaje central o nos dá alguna característica física o su profesión.
EJEMPLOS: "La Rezadora", "EL Hombre Pálido", "Rodríguez", "El Potro Salvaje"
EMBLEMÁTICO: Este tipo de títulos aluden al argumento del cuento y me adelantan sucesos o hechos que ocurrirán.
EJEMPLOS: "A La Deriva", "Destino Final", "El Niño del SuperMercado", "Vidas Cruzadas".
SIMBÓLICO: Son títulos en donde aparecen elementos simbólicos o metafóricos que se repiten en la obra y que llegan a ser un símbolo.
EJEMPLOS: "El Espejo", "Patendo Lunas", "La Gallina Degollada", "El Almohadón de Plumas".
miércoles, 30 de marzo de 2016
17- CARACTERÍSTICAS DE GÉNERO NARRATIVO:
CARACTERÍSTICAS DE GÉNERO NARRATIVO:
-Son textos en donde se narra una historia o acción.
-Tienen un narrador, que es diferente autor:
Narrador: OMNISCIENTE--> Narrador que lo sabe todo, hasta lo que piensan los personajes.
Por lo general está escrito en tercera persona.
Omni--> Todo
Sciente--> Saber
EQUISCIENTE--> Narrador que sabe lo mismo que el resto de los personajes.
INFRASCIENTE--> Narrador que sabe solo lo que le pasa a él. Sabe menos que el resto de los personajes.
Personajes: Pro-> Primero Tagonistas-> Acción
PROTAGONISTAS: Es el primero en la acción, la narración gira en torno a él.
ANTAGONISTA: Es el que se opone al protagonista, puede ser algo o alguien.
SECUNDARIOS: Son personajes que no influyen en el relato.
SILUETAS: Son aquellos que aparecen pero no intervienen en la acción.
GRAFOPEYA: Son las características físicas del personaje: Altura, complección, color de cabello, color de piel, color de ojos, vestimentas. Son todas las características externas.
ETOPEYA: Son las características internas o de personalidad: Gustos, preferencias, actitudes, etc
-Son textos en donde se narra una historia o acción.
-Tienen un narrador, que es diferente autor:
Narrador: OMNISCIENTE--> Narrador que lo sabe todo, hasta lo que piensan los personajes.
Por lo general está escrito en tercera persona.
Omni--> Todo
Sciente--> Saber
EQUISCIENTE--> Narrador que sabe lo mismo que el resto de los personajes.
INFRASCIENTE--> Narrador que sabe solo lo que le pasa a él. Sabe menos que el resto de los personajes.
Personajes: Pro-> Primero Tagonistas-> Acción
PROTAGONISTAS: Es el primero en la acción, la narración gira en torno a él.
ANTAGONISTA: Es el que se opone al protagonista, puede ser algo o alguien.
SECUNDARIOS: Son personajes que no influyen en el relato.
SILUETAS: Son aquellos que aparecen pero no intervienen en la acción.
GRAFOPEYA: Son las características físicas del personaje: Altura, complección, color de cabello, color de piel, color de ojos, vestimentas. Son todas las características externas.
ETOPEYA: Son las características internas o de personalidad: Gustos, preferencias, actitudes, etc
16- Grafopeya y Etopeya de "EL POTRO SALVAJE"
GRAFOPEYA:
*Jóven dentadura.
*Vientre ceñido.
*Cola en arco.
*Crin al viento.
*Nariz de fuego.
ETOPEYA:
*Salvaje.
*Libre.
*Le gusta correr.
*De corazón ardiente.
*Temeroso.
*Sin coraje, ni gustos, ni bríos.
*Jóven.
*Narices dilatadas.
*Veloz. *Jóven dentadura.
*Vientre ceñido.
*Cola en arco.
*Crin al viento.
*Nariz de fuego.
ETOPEYA:
*Salvaje.
*Libre.
*Le gusta correr.
*De corazón ardiente.
*Temeroso.
*Sin coraje, ni gustos, ni bríos.
15- "EL POTRO SALVAJE"
El Potro Salvaje
~Horacio Quiroga
Era un caballo, un joven
potro de corazón ardiente, que llegó del desierto a la ciudad, a vivir del
espectáculo de su velocidad.
Ver correr aquel animal
era, en efecto, un espectáculo considerable. Corría con la crin al viento y el
viento en sus dilatadas narices. Corría, se estiraba; y se estiraba más aún, y
el redoble de sus cascos en la tierra no se podía medir. Corría sin regla ni
medida, en cualquier dirección del desierto y a cualquier hora del día. No
existían pistas para la libertad de su carrera, ni normas para el despliegue de
su energía. Poseía extraordinaria velocidad y un ardiente deseo de correr. De
modo que se daba todo entero en sus disparadas salvajes, y esta era la fuerza de
aquel caballo.
A ejemplo de
los animales muy veloces, el joven potro tenía pocas aptitudes para el arrastre.
Tiraba mal, sin coraje ni bríos ni gusto. Y como en el desierto apenas alcanzaba
el pasto para sustentar a los caballos de pesado tiro, el veloz animal se
dirigió a la ciudad a vivir de sus carreras.
En un principio
entregó gratis el espectáculo de su gran velocidad, pues nadie hubiera pagado
una brizna de paja por verlo -ignorantes todos del corredor que había en él. En
las bellas tardes, cuando las gentes poblaban los campos inmediatos a la ciudad
-y sobre todo los domingos-, el joven potro trotaba a la vista de todos,
arrancaba de golpe, deteníase, trotaba de nuevo husmeando el viento, para
lanzarse por fin a toda velocidad, tendido en una carrera loca que parecía
imposible de superar y que superaba a cada instante, pues aquel joven potro,
como hemos dicho, ponía en sus narices, en sus cascos y su carrera, todo su
ardiente corazón.
Las gentes
quedaron atónitas ante aquel espectáculo que se apartaba de todo lo que
acostumbraban ver, y se retiraron sin apreciar la belleza de aquella carrera.
"No importa -se
dijo el potro, alegremente-. Iré a ver a un empresario de espectáculos y ganaré,
entretanto, lo suficiente para vivir."
De qué había
vivido hasta entonces en la ciudad, apenas él podía decirlo. De su propia
hambre, seguramente, y de algún desperdicio desechado en el portón de los
corralones.
Fue, pues, a
ver a un organizador de fiestas.
-Yo puedo
correr ante el público -dijo el caballo- si me pagan por ello. No sé qué puedo
ganar; pero mi modo de correr ha gustado a algunos hombres.
-Sin duda, sin
duda... -le respondieron-. Siempre hay algún interesado en estas cosas... No es
cuestión, sin embargo, de que se haga ilusiones... Podríamos ofrecerle, con un
poco de sacrificio de nuestra parte...
El potro bajó
los ojos hacia la mano del hombre, y vio lo que le ofrecían: era un montón de
paja, un poco de pasto ardido y seco.
-No podemos
más... Y, asimismo...
El joven animal
consideró el puñado de pasto con que se pagaban sus extraordinarias dotes de
velocidad, y recordó las muecas de los hombres ante la libertad de su carrera,
que cortaba en zigzag las pistas trilladas.
"No importa -se
dijo alegremente-. Algún día se divertirán. Con este pasto ardido podré,
entretanto, sostenerme."
Y aceptó
contento, porque lo que él quería era correr.
Corrió, pues,
ese domingo y los siguientes, por igual puñado de pasto cada vez, y cada vez
dándose con toda el alma en su carrera. Ni un solo momento pensó en reservarse,
engañar, seguir las rectas decorativas, para halago de los espectadores que no
comprendían su libertad. Comenzaba el trote como siempre con las narices de
fuego y la cola en arco; hacia resonar la tierra en sus arranques, para lanzarse
por fin a escape a campo traviesa, en un verdadero torbellino de ansia, polvo y
tronar de cascos. Y por premio, su puñado de pasto seco que comía contento y
descansado después del baño.
A veces, sin
embargo, mientras trituraba su joven dentadura los duros tallos, pensaba en las
repletas bolsas de avena que veía en las vidrieras, en la gula de maíz y alfalfa
olorosa que desbordaba de los pesebres.
"No importa -se
decía alegremente-. Puedo darme por contento con este rico pasto."
Y continuaba
corriendo con el vientre ceñido de hambre, como había corrido siempre.
Poco a poco,
sin embargo, los paseantes de los domingos se acostumbraron a su libertad de
carrera, y comenzaron a decirse unos a otros que aquel espectáculo de velocidad
salvaje, sin reglas ni cercas, causaba una bella impresión.
-No corre por
las sendas, como es costumbre -decían-, pero es muy veloz. Tal vez tiene ese
arranque porque se siente más libre fuera de las pistas trilladas. Y se emplea a
fondo.
En efecto, el
joven potro, de apetito nunca saciado y que obtenía apenas de qué vivir con su
ardiente velocidad, se empleaba siempre a fondo por un puñado de pasto, como si
esa carrera fuera la que iba a consagrarlo definitivamente. Y tras el baño,
comía contento su ración, la ración basta y mínima del más oscuro de los más
anónimos caballos.
"No importa -se
decía alegremente-. Ya llegará el día en que se diviertan..."
El tiempo
pasaba, entretanto. Las voces cambiadas entre los espectadores cundieron por la
ciudad, traspasaron sus puertas, y llegó por fin un día en que la admiración de
los hombres se asentó confiada y ciega en aquel caballo de carrera. Los
organizadores de espectáculos llegaron en tropel a contratarlo, y el potro, ya
de edad madura, que había corrido toda su vida por un puñado de pasto, vio
tendérsele en disputa apretadísimos fardos de alfalfa, macizas bolsas de avena y
maíz -todo en cantidad incalculable-, por el solo espectáculo de una carrera.
Entonces el
caballo tuvo por primera vez un pensamiento de amargura, al pensar en lo feliz
que hubiera sido en su juventud si le hubieran ofrecido la milésima parte de lo
que ahora le introducían gloriosamente en el gaznate.
"En aquel
tiempo -se dijo melancólicamente- un solo puñado de alfalfa como estímulo,
cuando mi corazón saltaba de deseos de correr, hubiera hecho de mi al más feliz
de los seres. Ahora estoy cansado."
En efecto,
estaba cansado. Su velocidad era, sin duda, la misma de siempre, y el mismo el
espectáculo de su salvaje libertad. Pero no poseía ya el ansia de correr de
otros tiempos. Aquel vibrante deseo de tenderse a fondo, que antes el joven
potro entregaba alegre por un montón de paja, precisaba ahora toneladas de
exquisito forraje para despertar.
El triunfante
caballo pesaba largamente las ofertas, calculaba, especulaba finalmente con sus
descansos. Y cuando los organizadores se entregaban por último a sus exigencias,
recién entonces sentía deseos de correr. Corría entonces, como él solo era capaz
de hacerlo; y regresaba a deleitarse ante la magnificencia del forraje ganado.
Cada vez, sin
embargo, el caballo era más difícil de satisfacer, aunque los organizadores
hicieran verdaderos sacrificios para excitar, adular, comprar aquel deseo de
correr que moría bajo la presión del éxito. Y el potro comenzó entonces a temer
por su prodigiosa velocidad, si la entregaba toda en cada carrera. Corrió
entonces, por primera vez en su vida, reservándose, aprovechándose cautamente
del viento y las largas sendas regulares. Nadie lo notó -o por ello fue acaso
más aclamado que nunca-, pues se creía ciegamente en su salvaje libertad para
correr.
Libertad... No,
ya no la tenía. La había perdido desde el primer instante en que reservó sus
fuerzas para no flaquear en la carrera siguiente. No corrió más a campo traviesa
ni a fondo ni contra el viento. Corrió sobre sus propios rastros más fáciles,
sobre aquellos zigzag que más ovaciones habían arrancado. Y en el miedo siempre
creciente de agotarse, llegó el momento en que el caballo de carrera aprendió a
correr con estilo, engañando, escarceando cubierto de espumas por las sendas más
trilladas. Y un clamor de gloria lo divinizó.
Pero dos
hombres, que contemplaban aquel lamentable espectáculo, cambiaron algunas
tristes palabras.
-Yo lo he visto
correr en su juventud -dijo el primero-; y si uno pudiera llorar por un animal,
lo haría en recuerdo de lo que hizo este mismo caballo cuando no tenía qué
comer.
-No es extraño
que lo haya hecho antes -dijo el segundo-. Juventud y hambre son el más preciado
don que puede conceder la vida a un fuerte corazón.
Joven potro:
Tiéndete a fondo en tu carrera, aunque apenas se te dé para comer. Pues si
llegas sin valor a la gloria, y adquieres estilo para trocarlo fraudulentamente
por pingüe forraje, te salvará el haberte dado un día todo entero por un puñado
de pasto
FIN
El desierto, 1924
martes, 29 de marzo de 2016
12- MAPA DE CUENTO "El Potro Salvaje"
TÍTULO: El Potro Salvaje
AUTOR: Horacio Quiroga
AMBIENTE: Tiempo y espacio
*Los domingos *Desierto, campo y ciudad
PERSONAJES:
Público- Organizador de eventos- El Potro (Protagonista)- El hambre (Antagonista)
LA TRAMA O ACCIÓN ¿Qué sucedió?
*Era un caballo que llegó del desierto a la ciudad,
porque quería correr ante el público, si le pagaban por hacerlo.
Le pagaban con un puñado de pasto (por su dotes de velocidad) y el jamás se había quejado.
Luego, de tanto correr, quedó cansado porque moría bajo la presión del éxito.
AUTOR: Horacio Quiroga
AMBIENTE: Tiempo y espacio
*Los domingos *Desierto, campo y ciudad
PERSONAJES:
Público- Organizador de eventos- El Potro (Protagonista)- El hambre (Antagonista)
LA TRAMA O ACCIÓN ¿Qué sucedió?
*Era un caballo que llegó del desierto a la ciudad,
porque quería correr ante el público, si le pagaban por hacerlo.
Le pagaban con un puñado de pasto (por su dotes de velocidad) y el jamás se había quejado.
Luego, de tanto correr, quedó cansado porque moría bajo la presión del éxito.
lunes, 21 de marzo de 2016
10- "EL ALMOHADÓN DE PLUMAS"
Horacio
Quiroga
(1879-1937)
EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
(Cuentos de amor, de locura y de muerte, (1917)
(1879-1937)
EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
(Cuentos de amor, de locura y de muerte, (1917)
Su luna de miel fue un largo
escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido
heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a
veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por
la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo
desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin
darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
—Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer...
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
domingo, 20 de marzo de 2016
sábado, 19 de marzo de 2016
7- MAPA DE CUENTO "El Almohadón de Plumas"
TÍTULO: "El Almohadón de Plumas"
AUTOR: Horacio quiroga
AMBIENTE: Tiempo y espacio
*La Casa *5 días
PERSONAJES: El Médico- Jordán- Alicia- La sirvienta
*PROTAGONISTA: Alicia
*ANTAGONISTA: La Muerte
LA TRAMA O ACCIÓN ¿Qué sucedió?
*Alicia se enfermó de la nada, entonces Jordán llamó al médico para ver que tenía.
El médico le dijo que era grave y no tenía cura. Al otro día, ella murió y ese mismo día descubrieron que en el almohadón había un parásito que había vaciado a Alicia
viernes, 18 de marzo de 2016
6- BIOGRAFÍA DE HORACIO QUIROGA
Horacio Silvestre Quiroga Forteza, nació en Salto, Uruguay, Un 31 de diciembre de 1878. Fue un cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo. Fue el maestro del cuento latinoamericano, de prosa vívida, naturalista y modernista.2
Sus relatos, que a menudo retratan a la naturaleza bajo rasgos temibles
y horrorosos, y como enemiga del ser humano, le valieron ser comparado
con el estadounidense Edgar Allan Poe.
Vivió en su país natal hasta la edad de 23 años, momento en el cual, luego de matar accidentalmente a su mejor amigo, decidió emigrar a Argentina, país donde vivió 35 años —hasta su muerte—, donde se casó dos veces, tuvo sus tres hijos, y en donde además desarrolló la mayor parte de su obra. Mostró una eterna pasión por el territorio de Misiones y su selva, adonde se asentó en dos oportunidades y cuyo entorno trasladó a la trama de muchos de sus escritos.
La vida de Quiroga, marcada por la tragedia, los accidentes y los suicidios, culminó por decisión propia, cuando bebió un vaso de cianuro en el Hospital de Clínicas de la ciudad de Buenos Aires a los 58 años de edad, tras enterarse de que padecía cáncer de próstata.
Vivió en su país natal hasta la edad de 23 años, momento en el cual, luego de matar accidentalmente a su mejor amigo, decidió emigrar a Argentina, país donde vivió 35 años —hasta su muerte—, donde se casó dos veces, tuvo sus tres hijos, y en donde además desarrolló la mayor parte de su obra. Mostró una eterna pasión por el territorio de Misiones y su selva, adonde se asentó en dos oportunidades y cuyo entorno trasladó a la trama de muchos de sus escritos.
La vida de Quiroga, marcada por la tragedia, los accidentes y los suicidios, culminó por decisión propia, cuando bebió un vaso de cianuro en el Hospital de Clínicas de la ciudad de Buenos Aires a los 58 años de edad, tras enterarse de que padecía cáncer de próstata.
4- (T/D) LLEVAR TU LIBRO PREFERIDO Y ESCRIBIR PORQUÉ ES TU FAVORITO.
"La Confesión de Micaela" es mi libro favorito porque me gusta leer novelas que estén basadas en adolescentes.
La escritora de ese libro es Cecilia Curbelo
(Editora de la Revista Upss!) y en esa revista se recomiendan varios libros de ella.
jueves, 17 de marzo de 2016
Suscribirse a:
Entradas (Atom)